Este ha sido mi primer curso en la Permanente, pero no por ello quiero dejar de aportar mi granito de arena a este blog. La experiencia no ha podido ser más satisfactoria. Soy de letras, en mí dominan las emociones y los goces estéticos, por eso me decanto siempre por el arte, la literatura y, en general, las humanidades. Solo he hecho dos asignaturas durante el curso. Las primeras semanas las pasé en blanco porque me dormí y cuando quise matricularme en la asignatura Austrias mayores en España: Carlos I y Felipe II ya no quedaban plazas. Me matriculé en Austrias menores en España: Felipe III, Felipe IV y Carlos II, la época de debilitamiento del imperio español pero también de Cervantes, Quevedo y Velázquez, igual o más interesante que la anterior. Las clases se impartían en la sede de Ramón y Cajal, a donde podía acudir después de un paseo a pie. Desde el primer día me sentí arropado por unos compañeros realmente interesados por la asignatura, empáticos y comunicativos. Me sentaba junto a Beatriz, a quien mando un saludo desde aquí. La profesora era María Luisa Álvarez Cañas, Marisa, docente para quien todos los calificativos elogiosos se quedan cortos. En mi larga vida de estudiante no recuerdo haber tenido un profesor más atento y educado con los alumnos, y he tenido muchos; Marisa sabe transmitir la pasión que siente por el conocimiento de la historia de España, esa gran desconocida para muchos. Tras acabar Austrias menores, y casi a renglón seguido, empecé las clases de El arte en las sociedades del Renacimiento: un viaje por Italia (1400-1550). Esta vez las clases eran en el Campus de San Vicente. Dos días a la semana, y con la disciplina que requieren los trabajos a largo plazo, cogía el Tram en Luceros y viajaba por ese popular medio hasta la estación «Universitat», un trayecto de apenas veinte minutos que requería constancia y voluntad porque se solapaba con la hora de la siesta, costumbre sagrada para algunos. El panorama del campus era muy distinto. Esta vez me cruzaba por pasillos y espacios abiertos con personas que podían ser mis nietos y en los que me veía reflejado a mis veinte años, cuando la ilusión por conocer y aprender permanecía intacta. El lugar que ocupa el campus es precioso, como es sabido, uno de los primeros aeródromos que tuvo la ciudad de Alicante. Esa uniformidad del terreno, la poca altura de los edificios y la profusión de espacios verdes y estanques hacen de aquellas instalaciones un lugar al que apetece acudir aunque sea a pasear. Ya en la gran aula que teníamos asignada conocimos a nuestra profesora, Paola Travaglio. Se trata de una joven profesora florentina que parece concebida para impartir esta asignatura por los conocimientos que posee sobre el tema. Eran sus clases de tanto interés que el esfuerzo de acudir al campus se olvidaba pronto, inmerso uno en otra época y lugar, como si el poder evocador de las imágenes y las palabras bastasen para trasladarnos realmente a la Florencia de Lorenzo el Magnífico. Aprendimos a mirar las obras de arte más célebres de otra manera y conocimos otras muchas que no suelen aparecer en las obras de divulgación: estábamos en la Universidad y eso se notaba. Acabada esta asignatura entré a formar parte de un grupo de conversación en inglés al que acudo los miércoles y acabará a comienzos de junio; otra vez en Ramón y Cajal. Mis compañeros son personas simpáticas con los que paso un rato muy especial un día a la semana y, al mismo tiempo, ejercito la mente con una lengua extranjera. Creo que más no se puede pedir. Mando recuerdos a todos, en especial a Lucio y José Luis, los líderes del grupo.
Antes de despedirme quiero animar a mis compañeros a compartir sus experiencias en este blog, un lugar de encuentro virtual que está bien aprovechar. Muchas gracias.
Excelente comentario y felicitaciones por compartir esas bonitas experiencias.
ResponderEliminarMuchas gracias, Norma Noya.
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